El ácido hialurónico es un polisacárido que fabricamos de forma natural en nuestros tejidos, siendo parte indispensable en articulaciones y la misma piel.
Con el proceso natural de envejecimiento vamos perdiendo la capacidad de producirlo de forma que a partir de los 45-50 años las reservas de ácido hialurónico pueden descender por debajo del 50%. Esta pérdida a nivel de la piel repercutirá en la pérdida de volumen y de firmeza con la consiguiente aparición de arrugas y flacidez.
La principal característica que posee el ácido hialurónico es la de retener agua a nivel de los tejidos, lo cual provoca la hidratación de la piel aportándole una apariencia más firme rejuvenecida.
Sus aplicaciones en medicina estética comenzaron a finales del siglo XX mediante sencillas infiltraciones que conseguían aportar volumen, hidratación y corrección de arrugas y surcos, devolviendo juventud a la piel.
Sus aplicaciones más frecuentes son:
Perfil y volumen de labios y arrugas peribucales (código de barras).
Reposición de volúmenes faciales: pómulos, mejillas, sienes, patas de gallo, ángulo mandibular, óvalo facial, surcos nasogenianos, líneas de marionetas, corrección de imperfecciones nasales (rinomodelación) y del mentón.
El ácido hialurónico es un importante aliado en la lucha contra la pérdida de volumen y las arrugas tanto a nivel facial, como en cuello, escote, manos, e incluso a nivel de remodelado corporal (aumento de glúteos, pantorrillas)…
Los ácidos hialurónicos de última generación raramente provocan reacciones alérgicas y nos aportan cada día más seguridad, más naturalidad en sus resultados estéticos y mayor duración de los mismos.